
La princesa Abertal se llamaba Alberta, pero le dio la vuelta a su nombre en aras de la libertad. Nació sin corona y, no sólo no era capaz de adivinar un guisante bajo mórbidos colchones sino que, además, gustaba de dormir en el suelo con alguno de los tres mil doscientos trece gatos (y el medio pollito) del castillo.
Odiaba los bailes de herederos y, bueno…, lo cierto es que ni siquiera sabía bailar. En esas fiestas se deslizaba silenciosa, para desagrado de sus padres, hacia el rincón opuesto al del anfitrión, haciendo ricitos con el pelo y comiendo hasta la indigestión
Jamás besó a un sapo porque juraba que nunca lograría soportar a un apuesto príncipe sin neuronas y estaba, además, enamorada de un joven pintor que, para mala suerte suya, amaba a una princesa del montón (pelo de oro, vestidos de plata y cerebro de mosquito, ya me entendéis).
Se pasaba el día en la biblioteca, encaramada en alguna estantería, su preferida era la dedicada a la poesía francesa y, la que no visitaba jamás, la de los libros de autoayuda para ser una buena princesa.
Su vida era triste y aburrida, pero una mañana en la que como todas las mañanas se hallaba escondida detrás de un lienzo en el taller de Rigoberto Klein (que así se llamaba aquel por quien suspiraba), sintió el peligro de ser descubierta y tropezó con un pincel que la llevó directamente al interior de un cubo de pintura azul.
Su aparición monocroma, húmeda y cerúlea dejó a Rigoberto Klein momentáneamente ensimismado. Segundos después éste se dispuso a interpretar para un público inexistente una sinfonía breve y monotonal y, ante la sorpresa de Abertal, afirmó a viva voz que había encontrado a su princesa azul…
Ya en el castillo, el nuevo color de la princesa no desapareció, ni con un baño de agua de cactus, ni con leche de burra, ni con esencia de trementina. Los reyes desesperaban… la princesa debía casarse ese mes con un príncipe aneuronado, ¡era ya algo pactado! Gastaron fortunas en remedios y decidieron pedir ayuda a cualquiera en el reino… Entonces, llegaron magos, pitonisas, chamanes y demás, pero nadie consiguió eliminar el azul de la piel de Abertal.
El rey maldecía, la reina lloraba, ¡la corte reía…!
Y, mientras tanto, en medio de aquel acalorado jaleo, la princesa caminaba hacia el taller de Rigoberto Klein para zambullirse nuevamente en el cálido mar de pigmento azul…
Imagen: Yves Klein, Victoria de Samotracia (1962)
9 comentarios:
ay!...podría crear alguna rima sonante, vestirme de azul o imitar a tu querido yves klein, extender las alas como la victoria de samotracia,lo que tú me pidieras,si asi lograra robarte una cálida sonrisa...simplemente maravilloso!
Tú no necesitas más que ser tú para hacerme sonreír...
Tu cuento me deja entimismado, volando en galaxias nacidas de zaguanes borrachos, emperador durmiendo en un banco del parque, amable sin razón y con los ojos boquiabiertos...
Me encanta la princesa Azul,azul como el cielo, azul como el mar,simplemente maravillosa
Siempre eres tú... aunque te alejes de ti, siempre eres tú.
Nos enganchaste también a este blog, que lo sepas.
Otoño azul, tímido, delicadamente monótono en el silabeo de la lluvia sobre mis labios, en la nostalgia que descubro cuando sé que no ando tus caminos, que es otro gris azul el que acompaña tu mirada...
Hay azul que sigue aquí conmigo, sin que tú lo sepas, silencio primero, amor vida, nada...
Fisquito: Tu comentario, en cambio, me aclara hoy muchas cosas. No es el cuento lo que te enmimisma, es sólo lo que pueda haber de real en la princesa…
Luna: De pequeña siempre pintaba a Selene de azul, así que prosigo… Azul como el cielo, azul como el mar, azul como tú.
Iseo y Blake: Hoy me duele ser tan yo… Vuestra isleña melancólica, sin embargo, os invita a quedaros por aquí.
Elquenuncafueamadoporlosdioses: Imagino mis dedos acariciando la lluvia de sus labios y, a la vez, me entretengo equivocándole caminos. Huyo del mar inmenso, del azul imposible. Me escondo en el silencio y la distancia que ve usted en el gris de mi mirada. Y sin embargo, justo ahora desmembro un cordón azul sobre mis pasos para que siempre pueda encontrarme…
Tu piel azul, como el cielo al que volamos cada vez que te leemos. Gracias por tanta belleza
Compartiendo un sueño: Mi marioneta llevará algo rosa (recuérdalo)
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