11/3/09

– ¡Achís! – ¡Jesús! – ¡Gracias!



Dani estaba enfermo. Su madre le puso el termómetro y después de comprobar la temperatura, dijo que ese día no iría al colegio. El pobre chico no hacía más que estornudar.

– ¡Achís!... pero mamá, me voy a aburrir metido todo el día en la cama.

– Pues lee un libro. – Le dijo su madre mientras salía hacia la cocina después de haberlo tapado bien con la manta.


El niño miró unos segundos la estantería. Había muchos libros de cuentos en ella. Casi todos eran regalos de cumpleaños. A Dani no le gustaba mucho leer, prefería jugar a la consola o ver la tele un rato pero su madre no le permitiría salir de la cama. No había otra opción: debía pasar el rato frente a un montón de celulosa hecha láminas y un puñado de letras aburridas. Detuvo la mirada en el lomo de uno de aquellos libros "Jack y las judías mágicas", ponía. Dani odiaba las judías. Abrió el libro y comenzó a leer.

– "Jack vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre terminó por mandar a Jack a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de judías. –Son maravillosas –explicó aquel hombre–. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca. Así lo hizo Jack, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las judías y las arrojó a la calle. Cuando se levantó Jack al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver…" ¡Achís!– estornudó Dani.


– ¡Eh! ¿Quién eres tú? – oyó una voz detrás de él. Se giró para descubrir que un chico algo sucio y harapiento le miraba con curiosidad.

– ¿Jack? – preguntó incrédulo.

– ¿Te llamas Jack? Vaya, qué casualidad. Yo también me llamo así. – Dani se estregó los ojos y miró hacia arriba.

– He debido caerme dentro pero ¿cómo?

– ¿Caerte? ¿Vienes de lo alto de esta enorme planta?

– No, vengo de fuera.

– ¿Eres extranjero?

– No…no creo que lo vayas a entender….Verás, estaba leyendo un libro…

– No me lo digas, y apareciste en la historia que estabas leyendo.– Dani lo miró estupefacto.

– ¿Cómo sabes eso?

– Estás en un cuento, ese tipo de cosas pasan de vez en cuando.

– ¿Y cómo se regresa?

– Eso nadie lo sabe. Depende del narrador y del tiempo que quiera seguir jugando con los niveles diegéticos. En estos casos lo que suele suceder es que acompañas al personaje principal en su aventura, así que ¿te vienes?


Dani miró hacia abajo. Aquella planta gigante olía muy raro y ya llevaban un rato escalándola. La casa de Jack era ahora un diminuto punto en el suelo. Parecía que no iba a terminar nunca el tronco. De repente no se veía nada.

– Estamos atravesando una nube, por eso todo está tan húmedo. – Cuando terminaron de pasarla Jack dijo:

– Salta, caminemos un poco para ver adónde vamos a parar.

– ¿Estás loco? Nos caeremos. ¿Cómo vas a caminar sobre algo que acabamos de atravesar? ¿Es que no has tenido ninguna clase de física en tu vida?

– ¿Y tú nunca has tenido una de literatura? Estás en un cuento, mendrugo. Aquí estas cosas se pueden hacer. – Dani saltó tras Jack cerrando los ojos. Los abrió. Estaba a cuatro patas sobre algo que parecía un montón de almohadas amontonadas.

– Esto no tiene ningún sentido…

– ¡Mira! – exclamó su compañero. – ¡A lo lejos! ¡Un castillo!

– ¿Pero quién se ha molestado en subir todos esos ladrill…?

– ¡Corre! ¡Vamos!


Al llegar a la entrada se detuvieron, jadeantes por la carrera. La puerta era inmensa.

– ¿Y ahora que hacemos?

– Pues llamar, supongo. – Y así lo hicieron. Hubo un silencio que duró unos segundos hasta que se oyó el crujir de la puerta al abrirse. Entraron.


Todo allí era de un tamaño descomunal. Anduvieron un buen rato hasta llegar a lo que parecía una cocina gigante.

– ¡Estamos en la casa de un gigante! ¡Vámonos de aquí!

– ¡¿Quién anda ahí?! – se oyó una voz que sonó como si acabaran de insultar a la madre de alguien.

– ¿Cómo se te ocurre ponerte a gritar en medio de un allanamiento de morada?

– ¡Huelo a carne humana! – gritó el gigante de nuevo (esta vez su voz sonó como la de alguien que saliva cuando habla).

– ¡Corre! – dijo Jack. Y los dos chicos atravesaron de nuevo la cocina a toda prisa pero el gigante los esperaba en la puerta.

– ¡Os voy a meter en la olla! No os escaparéis – bramó acorralando a los dos con sus manazas. Pero justo en ese momento a Dani no se le ocurrió otra cosa más que estornudar…

– ¡Achís!


Permaneció con los ojos cerrados un instante, esperando que lo echaran en una gran olla con agua hirviendo y deseando que sus gérmenes dieran un golpe de estado en el cuerpo de aquel ser enorme. Pero no ocurrió nada. Abrió los ojos para descubrir que estaba de nuevo en su cama, medio destapado y con el libro entre las manos.

– Me he dormido – pensó y un cosquilleo le recorrió de nuevo la nariz… – ¡Achís! – estornudó.

– ¡Jesús! – se oyó una vocecilla que venía de dentro del libro. Dani sonrió.

– ¡Gracias!

6 comentarios:

Scherezade dijo...

...por un cuatrimestre inolvidable.

Pepitapulgarcita dijo...

Gracias por hacerme despertar de mi gran letargo.
Mi pequeña Verdezade... ¡Cómo disfruto leyéndote!

mujercita dijo...

Hola! me alegra voleverte a ver de nuevo Sherezade y con un achís temendra......

Anónimo dijo...

Absolutamente genial (como siempre). Espero que ya estés con el siguiente...

Jesus Diaz Armas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jesus Diaz Armas dijo...

¡El bosque volvió a poblarse! ¡Y con excelencia (tus abismos diegéticos hacen que me caiga de la silla y que patalee en el suelo)!
Gracias por la resurrección, Verdezade. Doblemente.