Érase que se era un grupo de quintillizas que vivía en un bosque de laurisilva repleto de recursos sinergéticos. En el pueblo cercano existían veintisiete tipos de papas, en torno a cuarenta y nueve de peras y un volcán extinguido.
Un buen día la abuelita de las niñas se puso enferma y su mamá les pidió que fueran a visitarla con un bote de miel y un libro de Talcott Parsons. Las quintillizas hicieron sus preparativos y decidieron salir cuanto antes para llegar temprano y pedirle a la abuela que les contara historias acerca del estructural-funcionalismo.
Para llegar al pueblo había dos caminos y, no porque fueran perezosas, sino porque tenían prisa, decidieron tomar el más corto de ellos, ése que era tan famoso por ser muy peligroso. No habían hecho ni un kilómetro cuando se les apareció el lobo psicomotor, un lobo hiperactivo que trató de asustarlas con patrones motores y habilidades motrices básicas. Dio dos mil vueltas sobre sí mismo en una centésima de segundo y dijo:
- ¡Cambio! ¡Rotación!
Las quintillizas lo miraron y rotaron de allí, mientras él continuaba dando vueltas en rededor, hablando y tomando notas sin parar.
Antes de pasar el segundo kilómetro, encontraron al lobo sociólogo que, en realidad no era un lobo sino una loba intelectual que las acompañó casi hasta el pueblo de la abuela, hablándoles de individuos de clase subalterna, estructuras, instituciones y meritocracia. Se retorcía las manos sin parar y hablaba, también sin parar:
- Como decía Bernstein, el código elaborado es propio de…
De nuevo, las quintillizas pudieron escapar sin problema y, mientras se preguntaban el por qué de la fama de fieros de estos lobos y la peligrosidad del camino, se toparon con otro lobo más, el famoso lobo-orquesta que iba acompañado de su guitarra y dos o tres partituras. Quiso obligarlas a cantar la canción del pirata y la tortuga y a tocar, para acompañar, la clave con la mano derecha, los crótalos con la izquierda y la pandereta alternándose con los pies.
- Y, ahora, después de la canción, ¡los criterios de evaluación!
Aprovechando que el lobo buscaba los instrumentos, las niñas continuaron su camino y, en tan sólo unos minutos, estaban en casa de la abuelita comiendo un pastelito y contándonos este cuentito.
Para llegar al pueblo había dos caminos y, no porque fueran perezosas, sino porque tenían prisa, decidieron tomar el más corto de ellos, ése que era tan famoso por ser muy peligroso. No habían hecho ni un kilómetro cuando se les apareció el lobo psicomotor, un lobo hiperactivo que trató de asustarlas con patrones motores y habilidades motrices básicas. Dio dos mil vueltas sobre sí mismo en una centésima de segundo y dijo:
- ¡Cambio! ¡Rotación!
Las quintillizas lo miraron y rotaron de allí, mientras él continuaba dando vueltas en rededor, hablando y tomando notas sin parar.
Antes de pasar el segundo kilómetro, encontraron al lobo sociólogo que, en realidad no era un lobo sino una loba intelectual que las acompañó casi hasta el pueblo de la abuela, hablándoles de individuos de clase subalterna, estructuras, instituciones y meritocracia. Se retorcía las manos sin parar y hablaba, también sin parar:
- Como decía Bernstein, el código elaborado es propio de…
De nuevo, las quintillizas pudieron escapar sin problema y, mientras se preguntaban el por qué de la fama de fieros de estos lobos y la peligrosidad del camino, se toparon con otro lobo más, el famoso lobo-orquesta que iba acompañado de su guitarra y dos o tres partituras. Quiso obligarlas a cantar la canción del pirata y la tortuga y a tocar, para acompañar, la clave con la mano derecha, los crótalos con la izquierda y la pandereta alternándose con los pies.
- Y, ahora, después de la canción, ¡los criterios de evaluación!
Aprovechando que el lobo buscaba los instrumentos, las niñas continuaron su camino y, en tan sólo unos minutos, estaban en casa de la abuelita comiendo un pastelito y contándonos este cuentito.
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