8/11/08

La Princesa Mei

La princesa Mei no es alta, ni rubia, y su piel no es blanca como la del marfil, ni sus ojos azules. Por el contrario, su piel es oscura y sus cabellos negros azabaches, tiene carita de duende y una linda sonrisa dibuja sus labios a cada instante. A pesar de que la princesa Mei dispone de todo aquello que quiere, a ella le gusta disfrutar de los pequeños placeres: como el olor a bizcochon recién salido del horno, contemplar las nubes e inventarse historias con los personajes que se forman ahí arriba, en el cielo, o coger su edredón y subirse al tejado de su torreón, su lugar favorito, y contemplar las estrellas a la vez que se invade del mundo de las palabras leyendo mil y una historias.

Una de esas tardes, en el que la princesa se encontraba leyendo en el tejado de su torreón, un sonido refinado pero poderoso llamó su atención. Cogió su catalejo y a lo lejos, pudo divisar como justo a la orilla del río una niña bailaba al ritmo de ese sonido. Mei se quedo pasmada, pues nunca había visto un baile tan elegante como aquél, además el baile parecía combinarse también con ligeros movimientos de artes marciales. La princesa no pudo resistirse y en un santiamén se encontraba cerca del río observando detrás de un árbol como la niña bailaba. Cuando esta acabó de bailar, Mei decidió acercarse a hablar con ella y preguntarle de donde provenía esa danza. Ling, que así se llamaba la niña, le contestó que era una danza de su país, de Corea. A partir de ahí se pasaron horas y horas hablando sobre esta danza.

Los padres de Mei no veían apropiado que una princesa practicara semejante actividad, ¡por Dios! ¡Qué va a pensar la gente! A partir de entonces la princesa, ¡decidida!, todas las tardes se escapaba de su palacio y se encontraba con Ling a la orilla del río y ésta le enseñaba esta danza que tanto le había gustado, forjándose así una gran amistad entre las dos.

Con la práctica, Mei encontró en esa danza algo más que un simple baile, satisfacía directa e instantáneamente su deseo de libertad, era el único momento del día en el que se sentía realmente feliz, expresando sus pensamientos, sentimientos y sensaciones, a través de su cuerpo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La princesa Abertal, tomó prestado ese catalejo una vez y, a lo lejos, vio a tu princesa Mei. Desde entonces, sabe que ella es más que una princesa...

Scherezade dijo...

¿Cuándo quedas conmigo para enseñarme a bailar así?