“En fin, como decía antes”, prosiguió la madre “los dos amigos querían contarse historias y el más joven propuso que cada uno narrara un cuento y que se alternaran hasta que el sueño los venciera. Comenzó precisamente el más joven” añadió dirigiéndose a Nabil para darle la oportunidad de llevar a término el relato de Alí, ahora que ella sabía cómo controlar sus sentimientos de extremada empatía.
Nabil sonrió y dijo:
“Alí fue llevado directamente a palacio y, una vez en su interior, sintiendo como el frío se hacía hueco hasta sus entrañas, se le desveló aquello de lo que antes te hablé, las delicadas circunstancias en las que se iba a encontrar si la reina se enamoraba. El amor daña, eso lo sabía bien, pero esta vez no eran dos los implicados. Pensó en su tripulación asustada, aterida de frío, invocando a los dioses en su ayuda, pensó en su hogar, en su familia…, decidió entonces salir de allí lo antes posible tratando de desilusionar a la reina, pero sin llegar a enfurecerla.
Lo primero que hizo fue observar a la gélida soberana, detenerse en sus inclinaciones, adivinar sus sueños, aprehender sus deseos. De esta forma, una noche descubrió la pasión que la reina de hielo sentía por los libros, por los cuentos, por las leyendas. En el reino nadie sabía leer ni escribir, nadie se molestó nunca en contar historias excepto Lacertón. Sólo el viejo Lacertón, llamado así por una bestia marina que se había extinguido poco después de los últimos dinosaurios y que atrapaba a sus presas con un sonido latoso e insoportable que las llevaba directamente a sus fauces; el viejo Lacertón, que desapareció del reino con motivo de la última glaciación, dejando a la reina más malhumorada y fría que nunca...
Alí decidió instruir a algunos miembros de la corte, en secreto, sin que ella se diera cuenta. Sabía que los tripulantes de su barco no podrían soportar más de tres semanas sin provisiones, de modo que empleó bien el tiempo. Por el día continuaba tratando de decepcionar a la reina, entre otras cosas fingiendo que debía taparse el ojo azul con un parche porque si no acabaría perdiéndolo y, por las noches, preparaba el batallón de cuentacuentos. Y así noche tras noche, día tras día. Tenía mucha sueño, todo ese tiempo sin dormir empezaba a pesarle en los párpados, se le hacía tan complicado reprimir los bostezos que algunas de sus últimas lecciones era ininteligibles…”
En este punto, la madre de Nabil retomó el relato, no hubo ni siquiera que pedirlo, ocurrió de forma natural, hacía unos minutos que su hijo arrastraba las palabras con los ojos entreabiertos. Arropó al pequeño y continuó.
“Durante la cena del penúltimo día de la última semana, Alí le dijo a la reina que debía confesarle algo. Ella lo miró sorprendida, era la primera vez que se mostraba agradable desde su llegada.
- Señora, tengo el poder de devolverle a Lacertón, expuso.
Boquiabierta, la dama de hielo estuvo a punto de perder la paciencia y encerrarlo, esa broma era inaceptable.
- Señora, continuó Alí, el alma de Lacertón continúa en su castillo y si vos me dejáis marchar, se la devolveré de boca de vuestro séquito. Puedo probarlo.
Alí sabía que la reina necesitaba de las historias, que hubiera dejado derretir sus manos bajo un sol de estío sólo por uno de aquellos relatos.
Temblando, la reina hizo un gesto explícito – probadlo pues.
Alí, momentáneamente ensimismado en la belleza de aquella mujer que sólo ahora descubría, detenido en ese gesto que puso fuego en sus ojos, a punto estuvo de dejar morir a su tripulación y de ahogarse a cambio de un brevísimo roce de sus pálidas e invernales manos. Uno de los cortesanos, temeroso de la suerte que correrían todos si esto ocurría, comenzó a relatar una de las historias aprendidas, la historia de un animal tiempo atrás extinguido, que atrapaba a sus presas por puro latazo y, todo ello mientras, Alí, entre lágrimas, escapaba dejando tras de sí el amor y la muerte”.
La madre de Nabil arropó a su hijo, él dormía plácidamente, lejos del frío y del peligro de morir congelado. Luego se acercó a la ventana y, mientras pensaba en la manera de distanciar a su hijo del oficio de narrar, observó como, afuera, entre la niebla, el comerciante de té de extraños ojos tomaba los primeros copos del invierno entre sus manos y sonreía.
Cuando acabó la historia, Sadik se sobresaltó ante los aplausos improvisados de Mala, vio en sus ojos una luz especial y no pudo más que abrazarla. El contacto con su piel cálida y suave lo llevó al siguiente relato, el del terso o Atersel, el animal más temido del bosque Silam. Sabía que esta muchacha de cabellos oscuros y sonrisa franca era como la reina de hielo, lo arriesgaría todo por una historia…
Nabil sonrió y dijo:
“Alí fue llevado directamente a palacio y, una vez en su interior, sintiendo como el frío se hacía hueco hasta sus entrañas, se le desveló aquello de lo que antes te hablé, las delicadas circunstancias en las que se iba a encontrar si la reina se enamoraba. El amor daña, eso lo sabía bien, pero esta vez no eran dos los implicados. Pensó en su tripulación asustada, aterida de frío, invocando a los dioses en su ayuda, pensó en su hogar, en su familia…, decidió entonces salir de allí lo antes posible tratando de desilusionar a la reina, pero sin llegar a enfurecerla.
Lo primero que hizo fue observar a la gélida soberana, detenerse en sus inclinaciones, adivinar sus sueños, aprehender sus deseos. De esta forma, una noche descubrió la pasión que la reina de hielo sentía por los libros, por los cuentos, por las leyendas. En el reino nadie sabía leer ni escribir, nadie se molestó nunca en contar historias excepto Lacertón. Sólo el viejo Lacertón, llamado así por una bestia marina que se había extinguido poco después de los últimos dinosaurios y que atrapaba a sus presas con un sonido latoso e insoportable que las llevaba directamente a sus fauces; el viejo Lacertón, que desapareció del reino con motivo de la última glaciación, dejando a la reina más malhumorada y fría que nunca...
Alí decidió instruir a algunos miembros de la corte, en secreto, sin que ella se diera cuenta. Sabía que los tripulantes de su barco no podrían soportar más de tres semanas sin provisiones, de modo que empleó bien el tiempo. Por el día continuaba tratando de decepcionar a la reina, entre otras cosas fingiendo que debía taparse el ojo azul con un parche porque si no acabaría perdiéndolo y, por las noches, preparaba el batallón de cuentacuentos. Y así noche tras noche, día tras día. Tenía mucha sueño, todo ese tiempo sin dormir empezaba a pesarle en los párpados, se le hacía tan complicado reprimir los bostezos que algunas de sus últimas lecciones era ininteligibles…”
En este punto, la madre de Nabil retomó el relato, no hubo ni siquiera que pedirlo, ocurrió de forma natural, hacía unos minutos que su hijo arrastraba las palabras con los ojos entreabiertos. Arropó al pequeño y continuó.
“Durante la cena del penúltimo día de la última semana, Alí le dijo a la reina que debía confesarle algo. Ella lo miró sorprendida, era la primera vez que se mostraba agradable desde su llegada.
- Señora, tengo el poder de devolverle a Lacertón, expuso.
Boquiabierta, la dama de hielo estuvo a punto de perder la paciencia y encerrarlo, esa broma era inaceptable.
- Señora, continuó Alí, el alma de Lacertón continúa en su castillo y si vos me dejáis marchar, se la devolveré de boca de vuestro séquito. Puedo probarlo.
Alí sabía que la reina necesitaba de las historias, que hubiera dejado derretir sus manos bajo un sol de estío sólo por uno de aquellos relatos.
Temblando, la reina hizo un gesto explícito – probadlo pues.
Alí, momentáneamente ensimismado en la belleza de aquella mujer que sólo ahora descubría, detenido en ese gesto que puso fuego en sus ojos, a punto estuvo de dejar morir a su tripulación y de ahogarse a cambio de un brevísimo roce de sus pálidas e invernales manos. Uno de los cortesanos, temeroso de la suerte que correrían todos si esto ocurría, comenzó a relatar una de las historias aprendidas, la historia de un animal tiempo atrás extinguido, que atrapaba a sus presas por puro latazo y, todo ello mientras, Alí, entre lágrimas, escapaba dejando tras de sí el amor y la muerte”.
La madre de Nabil arropó a su hijo, él dormía plácidamente, lejos del frío y del peligro de morir congelado. Luego se acercó a la ventana y, mientras pensaba en la manera de distanciar a su hijo del oficio de narrar, observó como, afuera, entre la niebla, el comerciante de té de extraños ojos tomaba los primeros copos del invierno entre sus manos y sonreía.
Cuando acabó la historia, Sadik se sobresaltó ante los aplausos improvisados de Mala, vio en sus ojos una luz especial y no pudo más que abrazarla. El contacto con su piel cálida y suave lo llevó al siguiente relato, el del terso o Atersel, el animal más temido del bosque Silam. Sabía que esta muchacha de cabellos oscuros y sonrisa franca era como la reina de hielo, lo arriesgaría todo por una historia…
1 comentario:
¿Sabes lo que habría arriesgado por escuchar de tu boca estas palabras?
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