21/12/08

La página que faltaba (en verde)

La madre no sabía qué hacer, pues su hijo no dejaba de temblar y ella veía que Nabil estaba a punto de perder el conocimiento de miedo y preocupación. Tenía que actuar deprisa pero ¿cómo? Miró a su pequeño y comprendió en seguida que sólo había una forma de salvarlo…

- Alí seguro que era una persona muy inteligente.-comenzó a decir.- Con tanto viajar de un sitio a otro seguro que aprendió muchas cosas. Si era un comerciante como dices, seguro que navegó por los mares del Caribe. Algunos dicen que allí siempre es verano. ¡Qué calor debió pasar el pobre! ¿Te imaginas? El sol pegando de lleno en la nuca todo el día, las gotas de sudor cayendo por su espalda… No me quiero imaginar el calor que debió pasar si alguna vez fue vestido de negro.

- Él no iba de negro – dijo el niño reaccionando. Aún temblaba. - ¿Ah, no? ¿Y cómo iba vestido, entonces? – preguntó su madre abrazándolo para que entrara en calor.- Iba de blanco. Se pasaba todo el día buscando cosas raras para luego llevárselas con él y venderlas. – a pesar de que aún tiritaba, el niño estaba fuera de peligro. Su madre respiró aliviada. – Seguro que tenía grandes cargamentos de perlas y piedras preciosas. ¿No crees que podría haber convencido a la reina de que lo dejara marchar con algo de lo que llevaba a bordo del barco? – Claro que era un gran comerciante, pero eso no le iba a servir con la reina del mar. Ella era muy poderosa. – Bueno, pero habría algo que no tuviera. – A Nabil se le iluminó la cara de pronto. Había dejado de temblar y se disponía a seguir con su relato.

- Alí colmó de halagos a la reina. Le dijo que una mujer tan hermosa, capaz de gobernar las aguas también debería gobernar el cielo. La reina lo miró complacida Era muy orgullosa, le encantaba oír lo magnífica que era. Alí le dijo que si ella quería, cogería todas las estrellas que había en el cielo y se las llevaría para que fueran suyas, sólo suyas. – No se puede llegar al cielo con un barco – contestó la reina con escepticismo. – ¡Oh, pero sí con el mío! – exclamó Alí mirándola fijamente con sus misteriosos ojos que habrían embrujado a cualquier otra mujer y sacó del bolsillo de su abrigo un par de piedras preciosas que le tendió en la mano. La mirada de ella delató la codicia que sentía. – El cielo mío… - dijo y sonrió con una siniestra mueca. Alí le dijo que necesitaría tres años para recoger todas las estrellas del cielo pero que valdría la pena si su viaje servía para volverla más poderosa. La reina volvió a mirar las piedras en su mano creyendo que eran estrellas. – ¡Parte de inmediato! – ordenó en tono autoritario. Y el astuto comerciante, besó su mano y se despidió. Recorrió el camino de hielo por el que había bajado a toda prisa y tras comprobar que todos sus hombres estaban bien, zarpó rumbo a su tierra. Cuentan que jamás volvió a bordo de un barco, por miedo a que la reina lo encontrara. Se dedicó a comerciar en tierra, aunque de vez en cuando se paseaba por los muelles para mirar el horizonte. Cuentan también que después de tres años de aquel viaje hubo una fuerte tormenta que acabó con todo navío que se hubiera hecho a la mar. La reina enfurecida rompió en cólera al comprender que se había quedado sin estrellas y sin los ojos más hermosos que existían.

- Su madre lo miraba. Apenas recordaba que hacía un momento su hijo había estado a punto de perder el conocimiento.

Después de esta historia vinieron algunas más pero era tal la pasión con la que Nabil las vivía que en más de una ocasión muy cerca estuvo de la muerte. Un día, al regresar de uno de sus relatos, se quedó tartamudo de la impresión y desde entonces nadie tiene la paciencia de escucharle. Ahora se dedica ¿sabes a qué? A vender té al final de la calle en la que antes vivía. ¿No es curioso?

- Mucho.- dijo Mala.- ¿Y por eso lo llamaban así? ¡Qué injusto! - La vida no es justa, le contesté. Si lo fuera, yo no tendría que esperar siete eternidades para verte. - Ella sonrió tristemente y al verla, algo murió dentro de mí. - Aunque sin duda no podrían ser ni más ni menos.- proseguí. - Ya sabes que en la buena comida árabe son siete el número de especias que se deben poner en un plato para que quede más sabroso. - Sonrió de nuevo pero esta vez sin tristeza en el rostro y al verla, algo volvió nacer en mí.

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